Mi primera comunión: ¿cómo debo afrontarla?

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Hace 36 años que tomé mi primera comunión. Lo hice en un precioso domingo de mayo de 1978 en Segovia. Tenía nueve años y aún me emociono cuando lo recuerdo. Pero no es mi historia la que os quiero contar, al menos no de manera precisa. Cuando hoy me he sentado aquí con intención de daros un consejo sobre cómo afrontar la primera comunión, he pensado que lo mejor sería hacer un repaso a la manera en la que yo hice frente a ese maravilloso día.

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Recuerdo que en las semanas previas estaba nervioso. Se notaba en la catequesis que el día estaba cerca. En casa tampoco podía olvidarlo. No sé si era yo el que ponía nerviosa a mi madre, o viceversa; lo cierto es que se respiraba un halo de tensión en el hogar. Yo trataba de abstraerme, aunque no perdía oportunidad de recordar a mi madre lo que me ansiaba tener aquella bicicleta roja que había visto en la tienda de abajo. Ella, por su parte, no se molestaba en ocultar su intranquilidad. Iba de aquí para allá, eligiendo un banquete, un vestido, llamando a un invitado…

Curiosamente, el día anterior, el sábado, fue más calmado que los previos. Todo estaba preparado, mis padres lo habían dejado atado y bien atado, ¿por qué tendría que salir mal? Quedaban horas para mi primera comunión. Estaba a punto de advenir el, hasta ese momento, día más importante de mi vida.

El día de mi primera comunión

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Hasta este momento, domingo por la mañana, lo había llevado bien. Los nervios de mi madre habían estado por las nubes y eso, quizás, atemperó los propios. Pero cuando estaba en casa, ya vestido, ese Día del Señor por la mañana, noté de verdad la responsabilidad. Entonces me acordé de lo que me dijo un día una profesora: “Si estás nervioso, respira hondo, muy despacio, muchas veces, y piensa que todo saldrá bien”. Frente al espejo, mientras mamá daba los últimos retoques a mi pelo, hice caso a la maestra.

Salí de mi casa para ir a la iglesia concentrado. Repasando mentalmente lo que tenía que hacer, y poniendo en práctica la respiración cadenciosa que me aconsejó aquella profesora de Lengua. Era el día de mi primera comunión y, como he dicho antes, nada podía salir mal. Así, con ese pensamiento, logré calmarme.

Desde ese momento todo marchó bien. La ceremonia eclesiástica fue bonita, preciosa. Y yo disfrute como nadie cada segundo. Grabé una imagen tras otra en mi mente y, todavía hoy, las tengo muy presentes.

Esto es lo que os aconsejo, esforzaos en lograr la calma porque, así, será la única manera de que disfrutéis al máximo de vuestro encuentro con Dios. Afrontar vuestra primera comunión como un día para ser feliz. Con responsabilidad, sí, pero también pasándolo bien.

Y cuando acabe la ceremonia dar rienda suelta a vuestra alegría. En mi primera comunión, y en las de todos vosotros, esa gente (tíos, primos, amigos) está allí por nosotros. Porque nos quieren. Si es no es motivo para estar feliz…

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