He hecho mi primera comunión, ¿y ahora qué?

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Ha pasado el día de nuestra primera comunión. Tenemos nueve años y hemos vivido uno de los momentos más emocionantes de toda nuestra vida. Quizás ahora, mientras caminamos para salir de la iglesia, aún no lo sepamos, pero con el tiempo recordaremos esta cita como un antes y un después. Un punto de inflexión en nuestra larga andadura por la vida.

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Nuestros padres están emocionados, el resto de familiares nos miran ensimismados, los padres y madres de todos los niños se saludan entre sí y se dan la enhorabuena. Cuando tomamos la primera comunión (lo podemos comprobar ahora con nuestros hijos) no tenemos muy claro qué estamos haciendo. Nos gusta porque hay regalos, porque vemos a nuestros amigos y después nos vamos a comer con toda la familia. No tenemos realmente una creencia cristiana arraigada. Por ello, los niños de padres creyentes toman la comunión y cuando los padres son ateos, no sucede.

Yo lo respeto, pero no lo comparto. Soy católico, siempre recordaré mi primera comunión como un día maravilloso y, con más alegría aún, conservo en mi mente el día de la primera comunión de mi hijo. Me gustaría que todos los niños y niñas de este mundo se acercaran a Dios. Entiendo, sin embargo, que algunos padres decidan no hacerlo.

¿Qué pasa después de la primera comunión?

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Creo que está muy claro que soy cristiano practicante. Por lo tanto, mi opinión acerca de qué viene después de la primera comunión está muy clara: crecer, vivir, madurar, confirmarse, seguir creciendo y viviendo y, sobre todo, dar gracias a Dios cada vez que podamos.

Esta sociedad ha llegado a un punto en el que ir a misa, por ejemplo, para un chico que está en el instituto, es algo vergonzoso. ¿Por qué? En España, aunque sea un país laico, la gran mayoría de las personas es cristiana. Ir a misa los domingos, rezar por las noches o santiguarse cada mañana debería ser algo normal.

Yo tengo claro lo que para mí fue mi vida después de mi primera comunión. ¿Cómo quiero que sea para mi hijo? Ojalá que igual. Espero que él también tenga las creencias cristianas tan arraigadas como yo. Sin embargo, esto es algo incontrolable. No hay dos personas iguales y, aunque le intente inculcar algunas cosas, él es único y libre para decidir.

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